Franc3s + Esquimales en Nasti (19.01.13)
Llovía. Hacía mucho frío. Ciclogénesis, dijo algún loco. Mal tiempo, dijo otro. Perfecto, dijo un iluso. Y yo me convertí en ilusa durante unas horas. En la sala Nasti, bajo el hielo, los Esquimales y Franc3s tocaban en un mismo escenario.
Esquimales son esa humedad del frío que se te queda metida entre los huesos. Son solo dos, Adri y Fer. Empezaron con Piedras, éramos cada vez más en la sala, poco a poco iba llegando gente. Siguieron con Todos venimos del punk, que como ellos apuntaron, es nuestro origen, y el suyo también, aunque ahora quede un poco lejos esa ruidosa No pares nunca de correr, presente en alguna demo perdida de su ya imparable proyección musical. Su sonido ahora es increíblemente delicado, cada punteo de Fer es como una vuelta de tuerca a los mejores Ride de ningún sitio, de esa Dreams Burn Down. Cada palabra de Adri retumba en tu cabeza, siempre entre ruido, con una suave agresividad difícil de conseguir, y letras de cadáver exquisito. De insectos y nocturnidad. Esquimales suenan a ellos mismos. Tocaron canciones nuevas como Tinito, Viejo enfadado en parque con pistola, Pintalabios y cronómetro. Cerraron su repertorio con agradecimientos a todo y a todos, y con su tema incluido en el recopilatorio de La Fonoteca, de Madrid está helado, Ataque de risa nocturno.
Patricia Bermúdez, María Costa y Alberto Martínez (Franc3s) |
El listón estaba ya muy alto. Y ahora llegaron Franc3s. Tres. Venían a presentarnos su nuevo disco, Campanas de fuego rosa (Limbo Starr, 2012), y cómo no, no podían faltar temas de su anterior homónimo, editado por Los Enanos Gigantes en 2011. Abanderados del Galician Bizarre junto a otros grupos como Triángulo de Amor Bizarro, nos trajeron esa fuerza de sintetizador –qué pena que no hubiera estado más alto el volumen- con batería pesada y retorcida, aderezado con esa voz desgastada, que casi deprecaba. Su repertorio estaba lleno de esa melancolía de luces de neón y cuero negro de los ochenta, con canciones como Absolutamente modernas, la decadente Nosotras tenemos fe en el veneno y la irreverente Me gustaría verte sangrar. Pusieron punto y final a la noche entre un extenso pasaje de ruido, distorsión y frecuencias que se encogían y se expandían. Alberto entró en enajenación sonora, hizo todo tipo de maniobras en los amplis, para que nos invadiera el ruido, dejó la guitarra clavada encima de uno de ellos, y se fue. Ellas, hicieron lo mismo. Nos quedamos con el pitido en los oídos y frente a nosotros, como un espectro, y una sensación de haber visto algo muy grande.
El placer del frío nocturno muchas veces viene gracias a noches como esta.
Texto y fotografía de Paula Fernández
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