Situación absurda nº1: Y un buen día, decidió comprar por internet una escena de
Luces de Bohemia. Sus razones fueron "me gusta mucho la escena séptima desde aquel anuncio de Vodafone, pero el resto de Valle-Inclán me cansa" o quizá "no he leído nada más, lo siento pero no me interesa hacerlo".
Esto es algo que, gracias a Dios, nunca pasará. Las novelas y otras obras literarias con coherencia no se pueden dividir a pesar de estar estructuradas en capítulos. Los libros son sagrados, sería una locura. Tampoco tiene sentido dividir una película por escenas y quedarse sólo con una, para verla una y otra vez. Para este tipo de cosas ya tenemos a la música.
Los grandes éxitos del rock, que los aficionados guardan como oro en paño, no son canciones, son discos. Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, Highway 61 Revisited, Exile on Main St., Pet Sounds... Pero debemos adaptarnos al mercado, y un disco se vende a través de pequeñas dosis, que se convierten en singles. Las radios y televisiones comerciales promocionaban nuevos lanzamientos a través de una canción que los representaba. Llegamos así a un tiempo en el que quizá el disco dejó de tener tanta importancia. Los oyentes menos inquietos no tenían la iniciativa necesaria para profundizar en la obra de sus artistas favoritos, y para ellos nacieron los recopilatorios, que tanto daño han hecho cuando se ha tratado de coleccionar los éxitos del momento, olvidados al año siguiente. Ya sólo quedaba aquella canción, y no quieras saber más, el mundo de la música popular reducido a su expresión más básica.
Internet y los nuevos formatos digitales no hicieron más que ahondar en el problema. Llegar a la música ahora era mucho más sencillo. Ya queda en el olvido aquello de grabar las canciones que salían en la radio en tu cassette tantas veces reutilizado. Con el mp3 llegó el milagro. Ahora podías almacenar todas esas canciones en una carpeta genérica. Las costumbres a la hora de escuchar música evolucionaron de este modo, las canciones entraron a formar parte de un gigantesco recopilatorio y rara vez tenías el tiempo de escuchar un disco entero. El iPod dio el remate definitivo. No importa si aquel artista concibió su nuevo álbum, esas 10 canciones, como una unidad inseparable, un testimonio de lo que quiere ofrecernos en un tiempo y un lugar, siendo incomprensible su presentación de forma aislada, no hablemos ya de obras conceptuales. Vivimos en un constante resumen de lo mejor.
"Dejad de gastar vuestras energías en hacer discos y fabricad éxitos de usar y tirar", parace decirle la sociedad a todos esos músicos que se esfuerzan en casa y en el estudio con la ilusión de que su nuevo disco sea el Abbey Road del siglo XXI. Gracias por seguir contracorriente.
Texto de Bruno Corrales
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